one. the deal

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ONE: THE DEAL.
❝Te hago responsable de todo lo
que pueda pasarle durante el viaje❞


Verano de 2033
BOSTON QZ, MASSACHUSSETS

Aunque hubo un tiempo en el que Liz creía que el mundo y la humanidad merecían una redención, hacía mucho que había dejado de pensarlo. El ser humano era miserable, egoísta y despreciable, únicamente interesado en su propia supervivencia, preocupado solo por lo que le afectaba a él mismo, y el mundo estaba echado a perder, controlado por el cordyceps y tomado por la naturaleza, que paseaba a sus anchas por las zonas abandonadas por la civilización. No había nada que hacer para salvarlos, y lo único que quedaba era sobrevivir.

Liz había pasado veinte años sobreviviendo, y pensar en los días anteriores al estallido, cuando el cordyceps no era un problema, se le hacía parecido a un sueño. ¿De verdad existieron días en los que no tenía que luchar para seguir viva? ¿En los que la gente no vivía en zonas de cuarentena? ¿En los que la superficie terrestre no estaba plagada de infectados? Tras veinte años, todo aquello no parecía real. Parecía mentira que ella hubiera vivido esa vida en la que sus preocupaciones eran continuar con la rutina. A veces se le dificultaba recordarlo. Había pasado mucho tiempo desde entonces, y también muchas cosas. Además, ¿quería recordarlo? No, la respuesta siempre era no.

Liz no quería recordar el tiempo en que fue feliz.

No podía vivir en el pasado y olvidarse del presente, que era lo único que verdaderamente importaba. Vivir pendiente del pasado o del futuro era un error, y todo aquel que tropezaba con esa piedra nunca volvía a levantarse por su propio pie. Los tiempos pretéritos no eran más que recuerdos inútiles que nublaban el juicio de las personas, y querer asegurarse el futuro era una tontería en un mundo como aquel. ¿Qué importaba el futuro si no podías sobrevivir al presente?

Liz había aprendido a seguir adelante, a ser resiliente, a mantenerse de una pieza por su hijo, y por ello no podía dejarse llevar por sus memorias. Tenía que mantenerse fuerte y resistir a las adversidades por él. Lo había prometido, pensaba mantener su promesa hasta el final de sus días y daría su vida por ella en caso de ser necesario.

Una promesa cuya firmeza parecía tambalearse en esos momentos.

Liz miró a Marlene con detenimiento y decisión, cruzándose de brazos y negando con la cabeza.

―No puedo irme y dejar a James aquí. No voy a hacerlo, Marlene ―señaló la pelirroja, observando a la líder de los Luciérnagas con dureza. Se abrazó a sí misma, sintiendo cierto frío a pesar de ser verano. En el exterior llovía a cántaros, y dentro de esa habitación no había ningún tipo de aislamiento de las temperaturas exteriores. Estaba tan destartalada como el resto del edificio que era ahora la base de los Luciérnagas.

―No pretendo que lo hagas. Puede venir. Tenemos espacio para él ―le aseguró, pero Liz soltó una risa más parecida a un bufido.

―¿Crees que estoy dispuesta a arrastrar a mi hijo por todo el país por una niña que, según tú, es inmune al cordyceps? ¿Porque quieres crear una cura con ella? ―inquirió. Liz apretó la mandíbula y suspiró, pasándose varios mechones de pelo rojizo detrás de las orejas, sintiéndose abrumada―. Creo que veinte años han sido suficientes para darnos cuenta de que eso no es posible. Creo que he matado a suficientes infectados como para saber que el cordyceps no tiene cura.

―Liz, por favor ―suplicó Marlene, agarrándole la mano. La pelirroja la retiró al instante al sentir el frío tacto de la mujer―. No te mentiría con algo así. Sabes que no lo haría.

―No me importa. Que se ocupen tus militares ―replicó la aludida. La pelinegra negó, chasqueando la lengua.

―Como habrás podido observar, FEDRA nos está reduciendo a nada. No puedo prescindir de ninguno de mis soldados. ―Liz miró por la ventana, viendo su pálido reflejo en el cristal lleno de gotas de agua. Todo aquello era un error.

¿En qué momento pensó que sería buena idea reunirse con Marlene? Ella era líder de los Luciérnagas, el grupo militar que intentaba sacar a FEDRA de la zona de cuarentena de Boston para tomar el control, y Liz era, precisamente, miembro de FEDRA. No era un soldado, no llevaba consigo un rifle a todas partes, pero era profesora en uno de sus orfanatos, una de las pocas que aún enseñaban geografía o matemáticas a los niños ―o a disparar, dependiendo del día. Casi cualquiera que perteneciera a FEDRA sabía quién era, y que se la viera hablando con un Luciérnaga podía costarle la vida. A ella o a James.

Liz fue una Luciérnaga alguna vez, pero de eso hacía mucho tiempo, cuando James todavía no había nacido. Luego se marchó a Seattle y se unió a FEDRA, hasta que también tuvo que irse de allí, y entonces llegó a Boston, donde ingresó en el orfanato de la agencia del gobierno para asegurarse de que su hijo tuviera un techo bajo el que vivir y comida que comer todos los días. Habían sido tiempos duros, pero estaba segura de que podía ser peor. Siempre podía serlo. Era una lección que no le había quedado más remedio que aprender con el paso de los años.

―Entonces, ¿qué dices? ―insistió Marlene, cruzándose de brazos. La pelirroja tuvo que resoplar.

―¿Y por qué lo haría? ¿Qué gano yo arriesgando mi vida y la de mi hijo y nuestra posición en FEDRA?

―Te garantizo comida, una vivienda, armas y una vida junto a nosotros ―respondió la líder de la milicia con seriedad―. Te garantizo la cura a esta mierda, una cura efectiva y real. Te garantizo un escape a la represión de FEDRA, Liz. Ya fuiste una Luciérnaga una vez, después de todo.

―Esto es un error ―murmuró la aludida, mordiéndose el interior de la mejilla con fuerza. Era un error, pero sabía que, aunque no lo hubiera dicho en voz alta, ya había aceptado, porque no podía evitar querer ayudar a una vieja compañera.

―Mira, el punto de encuentro es el capitolio. ―Marlene se acercó a la mesa en la que estaba extendido un mapa de la ciudad, y con el dedo índice señaló al susodicho―. No tienes que ir sola, y allí os esperará un grupo de Luciérnagas con provisiones para el viaje y algunas armas, y varios de ellos os acompañarán hasta nuestro laboratorio. Contarás con un escuadrón para ayudarte.

―Iré ―aceptó Liz finalmente, muy a su pesar―, pero tú no puedes romper tu promesa de todo eso que me garantizas. Y una garantía mucho más importante que esa es la de que James saldrá intacto de todo esto. Ni un rasguño, o yo misma me encargaré de ti ―dijo, y aunque aquello sonaba como una amenaza, la pelinegra se limitó a asentir―. Te hago responsable de todo lo que pueda pasarle durante el viaje, ¿lo entiendes, Marlene?

―Lo entiendo.

―Cualquier cosa que le pase a mi hijo durante el viaje será tu culpa ―repitió.

―Muy bien, y tú a cambio escoltarás a la niña y te ocuparás de que no le pase nada.

Las dos mujeres se miraron en silencio unos segundos, ambas imperturbables. Los ojos verdes de Liz buscaron alguna vacilación en los marrones de Marlene y, al no encontrarla, terminó por asentir, sabiendo que acababa de cometer el mayor y peor error de su vida. A veces desearía no tener el corazón blando y compasivo que sabía que poseía.

―¿Cuándo nos vamos? ―inquirió, repasando la ruta que tenía que seguir para llegar al capitolio, aunque la líder de la milicia no contestó―. Como alguien de FEDRA me vea con Luciérnagas, estoy muerta. Lo sabes, ¿no?

―Lo sé ―asintió Marlene seriamente―, aunque no es como si los Luciérnagas estuviéramos a salvo... En fin, de momento, tenéis que esperar. Yo tengo que ocuparme de algunos asuntos.

―¿Qué asuntos?

Marlene suspiró.

―He hablado con unos tipos, unos contrabandistas... Necesitamos una batería para poder desplazarnos ―respondió―. No deberían de tardar mucho en venir.

―¿Tan desesperada estás que necesitas acudir a contrabandistas? ―Liz frunció el ceño. Sabía que FEDRA estaba reduciendo a los Luciérnagas y que parecían cerca de perder, pero no se imaginó que llegaría hasta aquel punto.

―Estoy tan desesperada que por eso te he pedido ayuda a ti, Liz. Confío en mi gente, pero sé que, si vas tú, tendré más garantías de que esto salga bien.

―Ya ―masculló la pelirroja, pasando saliva―. ¿Puedo ver a la niña?

―Aún no. Tengo que hablar con Kim primero, y luego iré a hablar con ella. Mientras tanto, tú y James podéis esperar en una de las habitaciones vacías.

Liz asintió, acercándose a la puerta. Su mano se cerró alrededor del pomo y, antes de abrirla, se giró para mirar a Marlene.

―Espero que no te equivoques con esto.

―¿Voy a ir con vosotros todo el viaje?

La niña, que se llamaba Ellie, no se había callado en todo el tiempo que había estado junto a Liz y James. Marlene les había pedido que se quedaran dentro de la habitación antes de que el contrabandista llegara con la mercancía, y Liz se había visto encerrada con dos adolescentes muy aburridos en un cuarto en el que apenas había qué hacer. Había una única ventana que estaba tapada por una cortina tupida, varias sillas y una mesa, en la que Ellie estaba sentada y balanceaba las piernas.

―Sí ―respondió la mayor, echándose hacia atrás.

―¿Y por qué, mamá? ¿Por qué estamos con Luciérnagas? ¿No se supone que son terroristas? ―preguntó ahora James. Liz miró a su hijo de reojo, suspirando.

―Me lo ha pedido Marlene.

―Es una terrorista. Es la jefa de todos estos terroristas. ¿Es que acaso la conoces de algo? ―insistió el chico. Ellie frunció los labios.

―FEDRA nunca ha sido mejor que los Luciérnagas, tesoro ―replicó la pelirroja, enderezándose. Miró de soslayo a Ellie, que los observaba intrigada, y luego volvió a mirar a su hijo. Hizo una breve pausa, insegura, antes de añadir―: Además, tu madre también fue una Luciérnaga alguna vez.

―¿Qué? ―exclamó James, incrédulo.

―Aunque hace mucho de eso... ―murmuró la mujer, poniéndose de pie e intentando ignorar la ola de recuerdos que había venido a su mente―. En fin, creo que debería asegurarme de que todo va bien-

Los tres escucharon un disparo, y a ese le siguieron otro, y otro, y otro. Ellie se acercó a la puerta corriendo, pero Liz la obligó a quedarse lejos y cerró la puerta con llave.

―Silencio ―susurró en dirección a ambos niños, y ellos asintieron. Liz sacó la pistola de la funda que llevaba colgada a la cintura, cortesía de Marlene, junto a las mochilas y algo de ropa de cambio, y esperó.

Los disparos continuaron durante un par de minutos más, aunque cada vez había más tiempo entre cada uno de ellos. El suelo recibía los golpes de los cuerpos al caer al suelo, y Liz prefirió no pensar en cuántos contrabandistas y Luciérnagas debían de haber muerto.

Cuando, por fin, los disparos cesaron, Liz desbloqueó la puerta y miró a los menores con el ceño fruncido.

―Voy a salir y ver qué ha pasado. Vosotros quedaos aquí y no salgáis, ¿queda claro?

James y Ellie asintieron, y la pelirroja, agarrando la pistola con fuerza, abrió la puerta y la cerró de nuevo una vez estuvo fuera. Pasó saliva al ver el pasillo lleno de muertos, pero intentó que eso no la detuviera y empezó a moverse por los corredores buscando a alguien vivo.

Pasó junto a un hombre rubio que, aunque muerto, tenía los ojos abiertos. Junto a él había una batería. La famosa batería, supuso Liz, y se agachó para mirarla de cerca.

―Está rota ―murmuró para sí misma. Ni siquiera se sorprendió. Los contrabandistas formaban parte de la escoria de la zona de cuarentena.

Se levantó y dio una vuelta completa al pasillo, hasta que escuchó un quejido en la esquina siguiente, por lo que, pistola en mano, aceleró el paso hasta el lugar de donde procedía el sonido, solo para encontrarse con Marlene y Kim, la primera de ellas sentada y con la espalda apoyada en la pared.

―Por el amor de Dios, ¿qué ha pasado aquí? ―les preguntó, acercándose a ellas y guardando la pistola en el bolsillo trasero del pantalón.

―Ese hijo de puta quiso vendernos una batería rota ―respondió Kim, y fue entonces cuando Liz se dio cuenta de que le faltaba la oreja derecha. Tenía la zona llena de sangre y trozos de carne, y la pelirroja tuvo que hacer un esfuerzo para no demostrar lo mucho que le perturbaba la escena―. Ayúdame a levantarla ―le pidió, mirando a Marlene. La líder de los Luciérnagas tenía un disparo en el costado y parecía no tener fuerzas para hablar.

Liz y Kim agarraron a Marlene cada una por un brazo y, como pudieron, lograron que se pusiera de pie poco a poco. La pelirroja escuchó en ese preciso instante pasos a sus espaldas, y cuando las tres se giraron para mirar, la puerta de la habitación en la que estaban James y Ellie se abrió de golpe, y la niña se lanzó sobre el hombre causante de los pasos con una navaja en la mano.

El hombre, que debía de tener algunos años más que Liz, llevaba una pistola, y cuando Ellie intentó abalanzarse sobre él, de un golpe la tiró contra la pared. James, que iba justo detrás, se quedó bajo el umbral de la puerta quito como una estatua ―aunque el hombre estaba más pendiente de Ellie que de él―, y fue entonces cuando su madre sacó rápidamente la pistola seguida por las dos Luciérnagas.

―¡Joder! ―masculló Ellie, mirando al hombre, que la apuntaba con la pistola.

―¿Joel? ―murmuró Marlene, atrayendo la atención del susodicho. Kim la observó con confusión.

―¿Marlene? ―preguntó el llamado Joel de vuelta. Liz también estaba confundida. ¿Quién era aquel hombre?

―¿Estás bien? ―inquirió Marlene en dirección a Ellie, aún con la pistola apuntando al desconocido.

―Sí ―exhaló Ellie antes de intentar coger su cuchillo. Joel se lo impidió poniendo el pie sobre el arma. Liz estaba segura de que la niña solo quería insultarle.

―Ellie... ¡Ellie...! ―llamó la Luciérnaga, y cuando esta bajó el arma, Kim imitó su acción. Liz aún seguía apuntando, insegura de que James estuviera tan cerca de Joel.

―¡Hostia! ―exclamó la aludida al darse cuenta de que Marlene estaba herida.

―No, tranquila. Me pondré bien. Pero no hagas más tonterías ―le pidió, y la niña asintió. Entonces, Liz vio a alguien apareciendo por la esquina, a una mujer que debía de ser la acompañante de Joel.

―No me digas que Robert nos la jugó por esta tía. Por la Che Guevara de Boston ―gruñó la recién llegada―. La guerra tiene que ir como el culo si negociáis con tipos como él ―se burló.

―Sí, no va demasiado bien ―replicó Marlene, y Liz pudo sentir el dolor en su voz―. La mercancía era mala y no han aceptado un «que te follen» por respuesta.

―Dame mi navaja ―farfulló Ellie, siendo ignorada por los adultos.

―¿Para qué necesitas una batería? ―la interrogó Joel. Ellie intentó coger el cuchillo, y él no tardó en volver a apuntarla―. ¡No!

De nuevo, las armas de Kim y Marlene se alzaron, y Liz, que aún no había dejado de apuntar, intercambió una mirada con James. Lo mejor que su hijo podía hacer era quedarse quieto, y él lo sabía, así que eso hizo.

―¡A ella no! Apúntame a mí ―dijo Marlene. Lentamente, Joel le hizo caso, y esta vez las tres mujeres bajaron las armas de nuevo―. Respondiéndote, tengo un motivo mejor que el tuyo. No te ofendas, pero Tommy es solo un hombre. ―El gesto de Joel se crispó. Liz supuso que ese tal Tommy debía de ser alguien importante para él―. Tenemos que estar informados.

―¿Informados? Por vuestra culpa, mi hermano se volvió contra mí ―replicó él con desprecio.

―No, Joel-

―Ha habido disparos ―los interrumpió Kim, mirando a su alrededor.

―Los de FEDRA no van a tardar en venir ―añadió Liz, y se guardó para sí misma el hecho de puntualizar que las dos se estaban desangrando.

―Lo sé ―asintió Marlene, pasando saliva. Tenía la mano izquierda llena de sangre, y esta le chorreaba desde la herida hasta casi la rodilla―. Íbamos a sacar a Ellie esta noche, pero así no podemos ir a ningún sitio. Al menos de momento. Así que se me ocurre... que acompañéis a Liz.

―¿Qué coño dices?

―¡Yo no me voy con estos!

―Ni de coña.

―Déjame a mí ―pidió Kim.

―Tess, no tenemos tiempo ―le dijo Joel a la llamada Tess. «Genial, las presentaciones ya están hechas», pensó para sí misma Liz. No quería ir con ellos, prefería ocuparse de Ellie ella sola. Podía hacerlo ella sola, incluso si salir de la zona de cuarentena con dos adolescentes a su cargo era más bien un suicidio.

―¿No tenéis tiempo? ―cuestionó Marlene.

―¿Quién es ella? ―quiso saber Tess.

―Para vosotros, mercancía.

―No traficamos con personas ―repuso Joel.

―Puedo hacerlo yo ―insistió Kim, y Marlene la miró.

―¡Kim, te han volado la oreja de la puta cabeza, haz el favor! ―exclamó. La aludida desvió la mirada―. Hay unos Luciérnagas esperando en el capitolio. ―Joel bufó―. Ya sé lo que hay ahí fuera. Justo por eso Liz no iba a ir sola, pero ya no tengo camión ni escuadrón y los de FEDRA están cerca. Pero os tengo a vosotros, y sé de lo que sois capaces. Para bien y para mal.

―¿De qué son capaces? ―murmuró Ellie, pero no recibió una respuesta. Liz prefirió no imaginárselo.

―Hacedlo y os darán lo que queráis... No solo una batería. Todo: un camión con gasolina, armas, provisiones... Os lo juro.

Los dos contrabandistas permanecieron en silencio mientras miraban a la Luciérnaga.

―Os lo juro ―repitió.

Tess y Joel intercambiaron una mirada antes de alejarse hasta la esquina para hablar entre ellos, aunque él antes le dio una patada a la navaja para mandarla lejos. Ellie no dudó en insultarle ―Liz se había dado cuenta de que la niña tenía una lengua muy larga―, y mientras los dos cuchicheaban, James salió de la habitación para acercarse a su madre, que le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo hacia sí.

―¡Ya lo discutiréis luego! Me estoy desangrando ―gritó Marlene en dirección a la pareja. Tess fue la primera en acercarse, seguida de Joel.

―Vale ―aceptó la mujer―, este es el trato: los acompañaremos al ayuntamiento, pero antes de entregarlos a tu gente, nos darán todo lo que pidamos. Si no, matamos a la cría allí mismo.

―Hecho.

―¿Ah, sí? ¿Tan rápido? ―inquirió Ellie, sorprendida.

―Solo nos importas tú. Mi equipo no se la jugará. ¿Recuerdas lo que te he dicho? Coge tu mochila ―le ordenó, y después miró a Liz y James para que hicieran lo mismo―. Vamos, Ellie ―insistió cuando vio que la niña dudaba.

Madre e hijo se encaminaron a la habitación también, y al pasar junto a Joel, Liz le lanzó una mirada de desconfianza. No le hacía gracia la idea de que ellos la acompañaran, pero sabía que no había mucho que pudiera hacer para evitarlo, y sabía que tres adultos eran mejor que solo uno.

Liz cogió su mochila y se aseguró de que no se dejaban nada antes de seguir a los dos menores fuera de nuevo.

―Vamos ―dijo Tess, siendo la primera en irse. Liz giró la cabeza para mirar a Marlene, y esta le dio un asentimiento.

Mientras se alejaba, la escuchó decirle a Joel «No lo estropees», y no pudo sino estar de acuerdo, a pesar de que no le conocía de nada. No podía estropearlo, porque mantener a salvo a Ellie era la garantía de que James también estaría a salvo, y que su hijo corriera peligro era algo que no se podía permitir. Porque James siempre sería su prioridad. Siempre.


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